Las dos opciones son igualmente válidas siempre y cuando se sigan los estándares de calidad. El hecho de que la cocina no esté en el propio centro no tiene por qué ser peor. No hay ningún motivo para declinar la línea fría. Hoy en día la tecnología nos ofrece herramientas para que la conservación, traslado y reconstitución de los alimentos se realice sin mermas significativas en la calidad nutricional. Ni siquiera en las características organolépticas (sabor, aroma). Muchos de los restaurantes a los que acudimos, incluso los que consideramos “buenos restaurantes”, emplean también la línea fría sin que el comensal lo perciba.
Por otro lado, los protocolos de la línea fría han demostrado ser efectivos en cuanto a seguridad y el riesgo de toxiinfecciones alimentarias. De hecho, este riesgo puede ser incluso menor que en una cocina tradicional.
Dicho esto, en la línea fría habría que aprovechar esta “economía de escala” que permite el hecho de comprar productos para varios centros para obtener productos de mayor calidad por el mismo precio, y por desgracia esto no siempre ocurre.